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miércoles, 12 de enero de 2011

Desconcierto entre la multitud

Descifrar el pulso de un pueblo ante sucesos que producen una conmoción generalizada no es una tarea sencilla habida cuenta de la multitud de emociones que se entremezclan en un corto periodo de tiempo. No cabe duda de que Lanzarote está siendo sacudida con tal intensidad que sus habitantes parecen estar despertando de un sueño en el que parte de la sociedad disfrutaba de una bacanal sin costes.

De repente una dosis de realidad nos ha sumergido en un mar en el que se han encontrado más preguntas que respuestas, donde la prudencia manifestada se ha convertido en parálisis, donde, en el fondo, algunos se empeñan en actuar como si no hubiese sucedido nada. Todo viso de responsabilidad política parece haber desaparecido ante la incapacidad, al menos aparente, de enjuiciar situaciones fuera de los tribunales.

Lo cierto es que, mientras buena parte de los representantes públicos se hallan parapetados tras el muro de las presunciones, la sociedad espera impotente a que alguien ofrezca una salida a una situación en la que la ambigüedad y las frases manidas no ofrecen ninguna solución.

Intuyo que la respuesta ciudadana dependerá en buena medida de las opciones que se pongan a su disposición. Más allá del músculo que nuestra sociedad parece haber perdido tras años de adormecimiento, en nuestro sistema democrático es misión de los partidos políticos la articulación de la voluntad popular, de tal manera que ésta pueda llegar a las instituciones que debiéramos sentir de todos.

El problema surge cuando, en el tránsito en el que se procesan las voluntades, se produce una desconexión entre los intereses partidistas y el de los ciudadanos. En tal caso, la respuesta lógica no parece ser otra que la abstención o el voto en blanco. Sin una alternativa aceptable clara y una multitud de individuos descontentos, pero con ciertas dificultades para organizarse, la única salida parece la desesperanza o la rebeldía pasiva.

Todavía me sorprende e indigna a partes iguales la miopía con la que algunas organizaciones políticas vienen gestionando esta crisis de credibilidad que sufre el sistema democrático. Algunos de los que tenían todas las posibilidades a su alcance para ofrecerse a la sociedad como una opción diferenciada, capaz de regenerar el panorama insular, han optado por mezclarse en ese totum revolutum en el que nadie puede ser señalado, en el que la podredumbre que todo lo cubre resulta protectora para algunos mientras consume al resto de la sociedad.

Pero si queremos posibilitar que otra Lanzarote sea posible, bien haríamos en desmantelar los discursos diseñados para confundirlo todo y convertir el inmovilismo en una garantía para mantener las cosas tal y como están. La isla necesita una salida a la situación actual de crisis y, de momento, nadie ha abierto la puerta.

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